Redención / Omar Gutiérrez
El barro se ha clavado a los zapatos
para sellar acuerdos con la muerte
a cada paso acumulado.
Sirven de aluvión
las lágrimas mellizas
de mis ojos parturientos
que al caer al suelo
registran nacimientos
de ríos congelados.
Tras azulado espejismo,
envuelvo el cuerpo de las horas
con el manto de vómito
que me hereda el país bajo las aguas
de la deuda anquilosada
anquilosada a la vena
donde se fragua el destino
de los niños
repartido
en moldes de gelatina
para las tardes donde el ocio anuncia
con su pinchazo de alta paz
la inutilidad del trabajo.
Es ahora donde el poeta
toma el barro de las suelas
para crear lámparas
donde la luz pasta
la mortaja del silencio
como una babosa breve
que calca estrellas
en la obscuridad de su paso
es ahora
en que dios drogado
borda mis manos para rezar por siempre
una plegaria que llovizne pájaros
pájaros
que lleven párpados
a donde el sol
le quita la cáscara al llanto
y no hay carencia de techo
que lo cubra del dolor
es ahora
donde los dedos
se secan al peinar mi frente
las sienes que sostienen
esta piel que hoy es todo, nada y algo
más allá
vivero acaso
donde cada poro
trae metida una flor de niebla
que llora la rectitud de su muerte.
Busco una voz,
moneda con que trueque
el derecho al presente
y no se agote
mientras el tintero se infla
lleno de pezones como sílabas
que griten leche
con que amamante al silenci
o
es ahora
cuando pego esqueletos de cigarra
a mi cintura rugosa
para recordar que el hambre
puede vaciarse de su aire vacío
y la deuda puede saldarse
de su vacío tan lleno
porque la vela de lágrimas crece
en lugar de consumirse
y el nervio de su flama
estira su brote y siembra sombras
en el surco del labio
para dar frutos negros
que paguen la deuda de luz
que me cegó por un instante.
Cae, el trineo del desvelo
jalado por parvadas de zancudos
porque las mariposas nacidas
bajo el signo de Leo
aletean rugidos
en la sabana
de las túmidas ojeras
por eso
habrá que desenterrar la bandera
escondida en la cordillera del silencio
siempre el silencio:
hipnótica telaraña de agua
tejida por las madres del incienso
que arrullan mi muerte en su pesebre
mostrándome su rostro de paja movediza
por eso
hago gárgaras de abrazos
para rociar la perpetuidad
de la mortalidad dulce
que me rodea con su listón de pirámides
y me habla del amor obscuro
que es esta piedra laja
tapándome el cadáver de calcio
por eso
abro rajas
con el filo del verso
donde la glándula del perfume
secreta trinos en la garganta
y voy
con que el barro se ha clavado a los zapatos
para sellar acuerdos con la muerte
a cada paso acumulado,
los enemigos
muestran sus colmillos
ascendiendo del lodo podrido
encerrados en hostias
como burbujas negras
que apuntan las pupilas
necios:
la muerte ya estaba en mí,
sus bacterias de diamante
me cubren el corazón de piedra llovida
y en los agostos tropicales
me redimen el vuelo
en la resurrección de las cigarras.